martes, 26 de febrero de 2008

LAS AMENAZAS DE LA TECNOLOGÍA DESCONTROLADA



Puede resultar paradójico, pero el hombre, cómo género, resulta, cada vez más prisionero de sus propias creaciones, está entrampado en los productos de su inteligencia, los que amenazan escurrirse y tomar vida propia en un horizonte implacable de sometimiento y dependencia.
La vida y evolución del hombre primitivo, para su coexistencia social, sufrió cambios cuantitativos y cualitativos, sin los cuales no hubiera sido posible pasar a sistemas de organización social plasmados en grupos tribales, la familia, la sociedad y transitar desde las incipientes Ciudades-Estado hasta la construcción de los Estados Nacionales y llegar a la formación de bloques como la Comunidad Europea de Naciones. Sólo queda imaginarse el paso de los grupos nómadas, recolectores y cazadores, que actuaban en un estado casi exclusivo de pureza animal.

Para unos antes y para otros después, el fuego, la rueda, la palanca, las armas primitivas y las formas primarias del trueque y lo modelos iniciales de acumulación de los excedentes económicos, llevaron al más importante de los descubrimientos: la inteligencia por encima de los meros instintos, el asumir el potencial y la toma de conciencia de las facultades humanas que marcaron el irreversible camino de la evolución humana, hasta llegar a límites paulatinamente más sorprendentes y, así, dominar el mundo y su naturaleza. En un principio, las destrezas se convirtieron en técnicas y en conocimiento transmitido de generación en generación e intercambiado entre grupos distintos de organización social, con diferencias y matices.

Queda claro que la formación de los iniciales grupos sociales se tomó su tiempo para asumir que podía superar sus limitaciones naturales y potenciar sus posibilidad usando la inteligencia propia del ser humano, surgiendo y controlando la fuerza de las bestias para instalar la capacidad de tracción, la posibilidad de movimiento, la retención y transmisión de conocimientos.
Luego de la isemblanza anterior, nuestros tiempos no dan abasto para detenerse a analizar o especular sobre situaciones que, hace rato, traspasaron la frontera de lo asombroso, ya no hay margen para fijarse en detalles, cuando la avalancha de conocimientos, técnicas y destrezas, superan todo lo imaginable y se posesionan como condicionantes de la coexistencia humana, la tecnología abarca y cubre todas y cada una de nuestras actividades y ya resulta imposible concebir un mundo distante o aislada de ella.

La carreta jalada por bestias, los trenes, los automotores, los aviones y demás vehículos de transporte masivo prolongaron la capacidad automotriz del hombre, para trasladarlo y llevarlo, en tiempos cada vez más breves, a distancias insospechadas; el telégrafo, la fotografía, el cine, la televisión, la telefonía fija y celular, los satélites, hacen que las comunicaciones sean cada vez más amplias y desconozcan límites y limitaciones.

Qué podemos decir de la cibernética, de la informática, de la telemática, la era digital, la transmisión de datos, voz e imágenes en tiempo real y desde/hasta los más recónditos rincones del planeta. Y, aquí es donde surgen nuestras inquietudes más profundas, casi existenciales.
¿Quién es el que pone linderos al aire y quién se hace dueño del agua del río?, se preguntaba hace unas décadas atrás el poeta tarijeño, Octavio Campero Echazú. Sus preguntas no encuentran respuestas, pero cada día adquieren mayor y más compleja vigencia.

Los tiempos se aceleran cada vez más, como mayor es el desconcierto social de la humanidad ante lo desconocido y se opta por admitir y plegarse al simple y llano porque sí. Como no existen respuestas globales, países relativamente más desarrollados, discuten y ensayan normativas para encasillar y dar marcos generales a los nuevos fenómenos y hasta dar nacimiento a nuevas especialidades, como el derecho informático que, en el mejor de los casos, dan nacimiento a regulaciones que, casi siempre, se resignan a colocarse muy a la zaga del vertiginoso avance científico.

Es entonces cuando en países atrasados, como el nuestro, ya no podemos afirmar con certeza si el contrabando y la piratería son buenos o malos. ¿Cómo acortar la enorme brecha digital que amenaza con expulsarnos del mundo y, al mismo tiempo, impedir las iniciativas mayormente asentadas en la informalidad para competir y subsistir en el mundo etéreo e intangible de la tecnología?. Es posible que existan muchas respuestas a preguntas infinitamente creadas y recreadas.

Más allá de las generalidades y abstracciones a las que nos invitan momento a momento cuestionamientos de esta naturaleza, en lo inmediato, en lo que nos atañe, cómo no pre/ocuparnos por simples sucesos como la in/seguridad de nuestra información, de la in/seguridad sobre el uso, manejo y manipulación de asuntos tan abstractos como las bases de datos, el comercio electrónico, Internet, el derecho a la privacidad, las normas que hacen a las nuevas herramientas de producción y re/producción de información?.

Las nuevas tecnologías nos invaden y se acomodan permanentemente, pero nuestra respuesta para un mínimo control parecería no nacer nunca. Más allá de respuestas burocráticas, insuficientes e ineficientes, bien vale la pena preguntarse si es una batalla perdida de antemano y tendremos que resignarnos a un limbo perpetuo, a una carencia absoluta de políticas tecnológicas y quedar entrampados en el descontrol más absoluto, en que todo vale fácticamente y nada vale humanamente. Si esto no es neocolonialismo puro, entonces qué es?.

Queda claro que no podemos aspirar a una mínima consideración por parte de los grandes centros mundiales que controlan la tecnología y la información, que hoy son los poderes más grandes que existen, en nuestra realidad cotidiana estamos totalmente desamparados, desde la adquisición de tecnología de todo tipo y tamaño, el desarrollo de programas y aplicaciones, la garantía y el respaldo técnico, el espionaje, la suplantación de identidades, la propiedad intelectual, campos en los que carecemos de la regulación más básica y en los que no se avizora ninguna iniciativa, ni siquiera en el ámbito de la Asamblea Constituyente, en la que, por lo expuesto hasta ahora, más bien parecería que la tendencia es a ocultar estos problemas de alta sensibilidad bajo la alfombra de lo que se olvida exprofesamente.

Deben ser pocos temas en los que, como nada menos y nada más, la cuestión tecnológica, el vacío normativo coloca al hombre y a la sociedad boliviana en un estado de casi total indefensión e impotencia.

No hay comentarios.: